[La Doctora] soñaba con un tiempo en el que los provocadores de deseo pudieran vivir de los derechos de autor, es decir que si te masturbabas pensando en alguien, una bailarina, una transeúnte a la que has visto en cualquier calle, una camarera de local nocturno o tu vecina adolescente, ese alguien debería cobrar dinero por prestar su imagen a tus deseos, por utilizarla. Cómo conseguir cobrar eso no le planteaba muchos problemas: argumentaba que los derechos de autor de compositores no se cobraban específicamente, sino según un criterio generalizador. Yo no entendía muy bien eso, pero era quizá porque me daba igual y me parecía tan disparatado que no me merecía la pena entrar a discutirlo. De cualquier forma, aquella ilusión suya para que los provocadores de deseo cobrasen derechos de autor -imagínate, decía, incluso podrías llevarte una agradable sorpresa a finales de año, tú que pensabas que no habías ocasionado ningún deseo, de repente recibes una factura en la que se detalla cuántas pajas se han hecho pensando en tí, por lo que te corresponde tanto dinero, ¿no sería magnífico?- la plasmó en el aumento de los precios de los modelos del Club.Juan Bonilla. Los príncipes nubios
Pigmalion´s taboo, de Max Sauco |