—¿Cómo quieres morir, Tyrion, hijo de Tywin? —Viejo, en la cama, con la barriga llena, una copa de vino en la mano y la polla en la boca de una doncella.
(Tyrion Lannister, en Juego de Tronos, de George R.R. Martin)
Peter Dinklage, el actor que da vida
a Tyrion, cumpliendo
sus deseos tanatoeróticos
Escribir un poema se parece a un orgasmo: mancha la tinta tanto como el semen, empreña también más en ocasiones. Tardes hay, sin embargo, en las que manoseo las palabras, muerdo sus senos y sus piernas ágiles, les levanto las faldas con mis dedos, las miro desde abajo, les hago lo de siempre y, pese a todo, ved: ¡no pasa nada! Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo: "Lo digo y no me corro". Pero él disimulaba.
[La Doctora] soñaba con un tiempo en el que los provocadores de deseo pudieran vivir de los derechos de autor, es decir que si te masturbabas pensando en alguien, una bailarina, una transeúnte a la que has visto en cualquier calle, una camarera de local nocturno o tu vecina adolescente, ese alguien debería cobrar dinero por prestar su imagen a tus deseos, por utilizarla. Cómo conseguir cobrar eso no le planteaba muchos problemas: argumentaba que los derechos de autor de compositores no se cobraban específicamente, sino según un criterio generalizador. Yo no entendía muy bien eso, pero era quizá porque me daba igual y me parecía tan disparatado que no me merecía la pena entrar a discutirlo. De cualquier forma, aquella ilusión suya para que los provocadores de deseo cobrasen derechos de autor -imagínate, decía, incluso podrías llevarte una agradable sorpresa a finales de año, tú que pensabas que no habías ocasionado ningún deseo, de repente recibes una factura en la que se detalla cuántas pajas se han hecho pensando en tí, por lo que te corresponde tanto dinero, ¿no sería magnífico?- la plasmó en el aumento de los precios de los modelos del Club.
Treize -j'eus un plaisir cruel de m'arrêter sur ce nombre. Marcel Proust
Le reploiement vierge du livre, encore, prête à un sacrifice dont seigna la tranche rouge des anciens tomes; l'introduction d'une arme, ou coupe-papier, pour établir la prise de possession. Stéphane Mallarmé
I. Los libros y las prostitutas pueden llevarse a la cama.
II, Los libros y las prostitutas entrecruzan el tiempo.
III. Nadie nota en los libros ni en las prostitutas que los minutos le son preciosos. Sólo al intimar un poco más con ellos, se advierte cuánta prisa tienen. No dejan de calcular mientras nosotros nos adentramos en ellos.
IV. Los libros y las prostitutas se han amado desde siempre con un un amor desgraciado.
V. Los libros y las prostitutas tienen cada cual su tipo de hombres que viven de ellos y los atormentan. A los libros, los críticos.
VI. Libros y prostitutas en casas públicas ... para estudiantes.
VII. Libros y prostitutas: raras veces verá su final quien los haya poseído. Suelen desaparecer antes de perecer.
VIII. Qué gustosa y embusteramente cuentan los libros y las prostitutas cómo han llegado a ser lo que son. En realidad, muchas veces ni ellos mismos se dan cuenta. Durante años se cede a todo "por amor", hasta que un buen día aparece en la calle, convertido en un voluminoso "corpus" que se pone en venta, aquello que, "por amor a la causa", nunca había pasado de ser un vago proyecto.
IX. A los libros y las prostitutas les gusta lucir el lomo cuando se exhiben.
X. Los libros y las prostitutas se multiplican mucho.
XI. Libros y prostitutas: "vieja beata -joven golfa-". ¡De cuántos libros proscritos antaño no ha de aprender hoy la juventud!
XII. Los libros y las prostitutas ventilan sus discusiones en público.
XIII. Libros y prostitutas: las notas al pie de página son para aquéllos lo que, para éstas, los billetes ocultos en la media.
-¿Todos los chicos que hay aquí se masturban? -Midori alzó la vista hacia la residencia. -Es probable. -¿Lo hacen pensando en chicas? -Supongo que sí -dije-. No creo que haya ningún hombre que se masturbe pensando en el mercado de valores, en la conjugación de los verbos o en el canal de Suez. Imagino que la mayoría lo hace pensando en mujeres. -¿El canal de Suez? -Por ejemplo. -Es decir, que piensan en una chica determinada. -¿Por qué no se lo preguntas a tu novio? -le espeté-. No entiendo a qué viene preguntarme todas estas cosas un domingo por la mañana. -Es simple curiosidad -contestó Midori-. Además, él se enfadaría muchísimo. Dice que las mujeres no tenemos que preguntar estas cosas. -Es una manera de pensar muy correcta. -Pero yo quiero saberlo. ¿Tú, cuando te masturbas, piensas en una chica concreta? -Yo, sí. Ahora bien, no tengo ni idea de lo que hacen los demás -me resigné a responder. -¿Y has pensado alguna vez en mí? Dime la verdad. No me enfadaré. -No, nunca, la verdad -le respondí honestamente. -¿Y por qué no? ¿No me encuentras atractiva? -No es eso. Eres atractiva, eres guapa, te gusta provocar. -Entonces, ¿por qué no piensas en mí? -En primer lugar, porque te veo como una amiga y no puedo involucrarte en mis fantasías sexuales. En segundo lugar ... -Hay otra persona que está presente en tus pensamientos. -La verdad es que sí -reconocí. -Eres educado incluso en esto -comentó Midori-. Me gusta esta faceta tuya. Pero, aunque sea una vez, ¿me incluirás a mí en tus fantasías sexuales o en tus obsesiones? Me gustaría aparecer. Te lo pido como amiga. ¡Vamos! Esto a otro no se lo pediría. Esta noche, cuando te masturbes, piensa en mí. No puedo pedírselo a cualquiera. Pero tú eres un amigo. Y luego quiero que me cuentes cómo ha ido. Lancé un suspiro. -Pero nada de penetración, ¿eh? Somos amigos. Mientras no haya penetración, puedes hacer lo que quieras. Pensar lo que quieras. -No sé, la verdad ... Nunca lo he hecho con tantas restricciones -dije.
Llegué a hablar con él como si hubiera podido entender el psicoanálisis, al que, tímidamente, me anticipé. Le conté mi desventura con las mujeres. Una no me bastaba y muchas tampoco. ¡Las deseaba a todas! Por la calle mi agitación era enorme: a medida que pasaban, eran mías. Me quedaba mirándolas con insolencia por la necesidad de sentirme brutal. Las desnudaba con el pensamiento, les lanzaba los botines, me las llevaba en brazos y no las soltaba hasta estar seguro de conocerlas a todas.
Italo Svevo. La conciencia de Zeno.
Bandido desnudando a una mujer. Francisco de Goya.
El artista que mejor ha entendido la tragedia de la Caperucita perraultiana ha sido, en mi opinión, Gustave Doré. Una tragedia bastante sicalíptica, a juzgar por el grabado que reúne a la niña y a su presunta abuela, o sea, al lobo (con gorro de dormir), bajo las sábanas de una misma cama. Fue ese grabado el que me inspiró la letra de la canción Caperucita Feroz, que tanto éxito tuvo hace treinta años. Fue a través de ese grabado como llegué a la conclusión de que el lobo de Perrault no es un animal de presa sino una metáfora: cuando la niña se desnuda y se mete en la cama con el lobo y éste le dice que sus grandes brazos son para abrazarla mejor, una de dos, o es tonta o está deseando que la seduzcan, porque no hace ningún movimiento para escapar y acaba, por lo tanto, perdiendo alegremente la honra y convirtiéndose en mujer.
(Luís Alberto de Cuenca. En las fauces del lobo)
Artículo publicado en el ABCD el 10 de Abril del 2011.
Algunas ilustraciones del cuento
de Caperucita por Doré
El español no sólo le sirvió para impregnarse de leyendas, historias y mitos de un país en el que creyó encontrar aquel paraíso de pasiones, sentimientos, aventuras y excesos desorbitados con el que soñaba su calenturienta imaginación; también, para disimular a los ojos ajenos las notas impúdicas que registraba en sus cuadernos secretos, no por exhibicionismo, sino por ese prurito enfermizo de llevar cuenta minuciosa de todos sus gastos, que nos permite, ahora, saber con una precisión inconcebible en cualquier otro escritor cuánto ganó y cuánto gstó a lo largo de toda su vida Víctor Hugo (murió rico). El profesor Henri Guillemín ha descifrado, en un libro muy divertido, Hugo et la sexualité, aquellos cuadernos secretos que llevó Víctor Hugo en Jersey y Guernesey, en los años de su exilio. Unos años que, por razones obvias, algunos comentaristas han bautizado "los años de las sirvientas". El gran vate, pese a haberse llevado consigo a las islas del Canal a su esposa Adéle y a su amante Juliette, y a entablar esporádicas relaciones íntimas con damas locales o de paso, mantuvo un constante comercio carnal con las muchachas del servicio. Era un comercio en todos los sentidos de la palabra, empezando por el mercantil. Él pagaba las prestaciones de acuerdo a un esquema estricto. Si la muchacha se dejaba sólo mirar los pechos recibía unos pocos centavos. Si podía acariciarla sin llegar a mayores, un franco. Cuando llegaba a aquellos excesos, en cambio, la retribución podía llegar a franco y medio y alguna tarde pródiga ¡a dos francos! Casi todas estas indicaciones de los carnets secretos están escritas en español para borrar las pistas. El español, el idioma de la transgresión, de lo prohibido y el pecado, del gran romántico, quién lo hubiera dicho. Algunos ejemplos: " E. G. Esta mañana. Todo, todo", "Mille. Rosiers. Piernas", "Marianne. La primera vez", "Ferman Bay. Toda tomada. 1 fr. 25", "Visto mucho. Cogido todo. Osculum", etcétera. ¿Hacen mal los biógrafos explorando estas intimidades sórdidas y bajando de su pedestal al dios olímpico? Hacen bien. Así lo humanizan y rebajan a la altura del común de los mortales, esa masa con la que está también fraguada la carne del genio.
(Mario Vargas Llosa. La tentación de lo imposible).